sábado, 25 de abril de 2020

Amor y marketing


Si la gente todavía cree en los políticos y en los curas es comprensible que aún guarde esa idea de encontrar una pareja perfecta, por eso hoy los adolescentes enloquecen con la relación de Camilo y Evaluna en redes sociales. Nada más lindo que un amor correspondido, sí, pero un poco triste eso de creer que antes de llegar alguien a nuestras vidas no había en nosotros algo que valiese la pena. Sería pasar por encima de muchas cosas que llevamos dentro, entre esas el amor propio.

Hay que ver lo que hace el marketing en nuestra cabeza. Desde impulsarnos a comprar un celular de cuatro millones de pesos para vivir enviando memes por WhatsApp hasta montar en el poder a gente que está investigada por masacres y que construye laboratorios de cocaína en sus fincas de descanso. Si eso es lo tangible, lo de todos los días, calculemos un poco lo que nos meten en la cabeza y que aceptamos sin sospechar, como esa idea de que somos mejores que los demás, que nuestra familia es gente de bien y que nos ganamos la lotería con una pareja intachable. Hay que calmarnos, de ahí a creer que solo merecemos cosas buenas solo hay un paso.  

Volviendo al tema, demostrar el amor no está mal, al contrario, necesitamos sentir que conectar con alguien por más de tres semanas todavía es posible. Pero irnos al extremo y vender a nuestra pareja como la Madre Teresa es algo tóxico. Todos la hemos cagado, cargamos con secretos oscuros y herimos y defraudamos a mucha gente. No lo aceptamos para no incomodarnos, por eso nos gusta pensar que la mejor película de amor de Ryan Gosling es The Notebook, cuando lo más acertado que ha hecho en ese tema es Blue Valentine. Ahí entendemos que la felicidad a veces duele y que encontrar el amor también puede jodernos la vida. Un joya. 

Siento envidia por las parejas estables que logran crecer y construir un proyecto. Que a pesar de que vienen de mundos distintos sincronizan sus profesiones e ideales para mantener esa conexión que los unió en un principio. Eso es lindo. Como la escena final de Before Midnight en la que Jesse discute con Celine porque se dan cuenta de que el amor real también viene con toda la mierda que somos como seres humanos. Entre esas la rutina, la vejez y el miedo a entregar los mejores años de nuestras vidas a la persona equivocada.

El amor real es posible, claro, pero cuesta. En el fondo da ternura ver a Camilo diciendo que su mundo es Evaluna. No hay nada de malo en ello. Ser artistas o famosos no quiere decir que no tengan derecho a amar y sentir -ya lo vimos en Notting Hill-. Pero esa carga que le están montando en los hombros al otro es pesada. Primero porque con tanta perfección pareciera que está prohibido fallar y segundo porque comprometen a responder con lo mismo, a amar igual, cuando hay días en los que ni siquiera podemos con nosotros mismos.  

En fin, no hay que olvidarnos de que todo se trata de marketing y el amor no se escapa. Cada uno sabe cómo le ha ido y las cosas que ha visto cuando se ha enamorado.


Jorge Jiménez 

domingo, 12 de abril de 2020

Mentiras en cuarentena

Hoy tenemos una presión por demostrar que somos productivos. Veo gente parándose de cabeza, saludando al Sol, cocinando mejor que Sascha Fitness y ejercitándose con botellas de agua. Normal, eso somos por estos días y en el fondo necesitamos de esa aprobación social que nos dan los demás, por eso transmitimos nuestra vida como si fuese algo extraordinario. Crecimos con el morbo de impresionar y de agradar y lo haremos con lo que tengamos a la mano, así sea un gato. Pero de allí a ser tan mágicos como creemos hay un par de años luz de distancia.

Cuando medito y echo un vistazo a los errores que cometí en el pasado siempre llego a la conclusión de que la enemiga número uno de cumplir mis sueños ha sido la pereza. Nunca se ha tratado de mi ex novia bipolar, la falta de dinero, de tiempo o de oportunidades. La pereza. La simple flojera. Y por más cosas que haga y suba a redes sociales en esta cuarentena sé que no he acabado con el problema. Ahí está, más fuerte que nunca. Ese es el punto, en veinte días no se pueden superar los veinte años que uno lleva repitiéndose.

Por eso no creo en lo que mostramos hoy por Instagram, Twitter y TikTok. Estamos matando el tiempo, pero de allí a ser otras personas por encerrarnos dos fines de semana no sé, estamos lejos. Distraernos es una cosa y cambiar desde adentro es otra.  Hay que ver las bellezas que hacen los asesinos seriales cuando están en la cárcel. Leen, se ejercitan, pintan y ayudan en la cocina y con el aseo, unos ángeles de luz. Pero la realidad es que no ven la hora de salir a descuartizar gente de nuevo. Es su naturaleza y a veces no cambia ni con cuatro cadenas perpetuas. Ahí es cuando me asusta la idea de que ahora nos mintamos creyéndonos mejores solo porque pasamos tiempo con la familia o aprendemos a cocinar un postre. Nos falta, hay que reconocerlo.

La verdadera persona que somos la dejamos en la puerta cuando comenzó esta cuarentena. Nos la quitamos de encima como si fuera un abrigo y la pusimos al lado de los zapatos y de las llaves. Lo bueno sería conversar un rato con ella, es decir con nosotros. Sentarnos en la sala frente a ese otro yo y preguntarle por qué se amarga los lunes en la mañana y gasta su sueldo en ropa y cosas que no necesita. O por qué sube fotos como si fuera una modelo o un empresario exitoso cuando solo se trata de una estudiante de pueblo o un asalariado más. Sería bueno saber cómo es esa vida dedicada a mentir y crear personajes tan bizarros y alejados de la realidad.

Ahora creo que sería productivo tener una junta general con todas esas otras personas que somos y también con las que creamos para impresionar a los demás en el barrio, la escuela, la misa de los domingos, la universidad, en la oficina y por supuesto en la cuarentena. Sería algo democrático, una junta de propietarios del cuerpo. En ella se decidirá si vamos a seguir fingiendo y autoengañándonos o de verdad vamos a cambiar la mierda que somos por dentro antes de volver a sonreír y dar abrazos allá afuera.

Jorge Jiménez

martes, 7 de abril de 2020

Cagados de miedo

Lo más difícil de crecer es aceptarnos, sobre todo porque en la niñez y la adolescencia soñamos todo el tiempo con alcanzar ciertas cosas que al final no resultaron tan fáciles y se esfumaron. De pronto apuntamos demasiado alto o nos faltó enfoque y sin querer nos dedicamos a la rumba, la televisión, el amor o sencillamente a dormir –que a veces es lo mismo-. El punto es que ahora que lo percibimos no reconocemos que también nos faltaron ganas y creemos que ya es tarde como para hacer algo por nosotros.

Cuando ingresé a la universidad en realidad no sabía qué hacer con mi vida, por eso siempre le he cargado envidia a los músicos y a los deportistas, porque esa gente desde los 10 años tiene claro para qué está aquí. Es bello porque lo logren o no viven tranquilos con ellos mismos por intentarlo, y eso ya es admirable. El caso es que ingresé a la carrera de periodismo sin tanta confianza, lo hice más que todo porque las matemáticas, la física y la química me generaban pereza y aburrimiento. Digamos que elegí una carrera para evitar otras. Así tomaba la mayoría de mis decisiones antes, como no tenía rumbo entonces me guiaba por el miedo.

Nunca tuve buenas notas. Fui más bien un vago promedio y solo me esforzaba cuando algo me gustaba de verdad, el resto lo dejaba a consideración de los profesores. Pero lo disfruté y estando adentro jamás me interesó otra carrera. En comunicación podíamos ser y eso ya era una ganancia considerable. Alcancé a soñar con reemplazar un día a Gay Talese pero me faltó enfoque y disciplina. Ser periodista también requiere de la misma valentía y claridad de los artistas y los deportistas. Más que una decisión es una apuesta, un all in al que pocos estamos acostumbrados.

Después de cumplir 30 años acepté que nunca me esforcé lo necesario por ser un gran periodista y que por eso nada de lo que imaginé durante la carrera se cumplió. Los profesores hicieron su trabajo y me enseñaron a escribir y soñar pero siempre faltó mi parte. Fui bueno. Me iba bien de redactor y llegué a recibir clases de los más duros en las oficinas principales de Reuters en Londres, pero nunca saqué tiempo para ser extraordinario y aceptarlo ahora me trae tranquilidad. Por eso pienso que aceptar es importante, nos libera y llena de calma para tomar el control de nosotros mismos.

Por eso muchos están atrapados entre el fracaso y la frustración porque no reconocen que en algún punto de la vida se hundieron con la carrera, el matrimonio, el nuevo empleo o con lo que sea. Solo se trata de honestidad. Si se parte de allí podemos iniciar tranquilos un nuevo viaje. Es como cuando terminamos una relación, entre más sincero y rápido sea el cierre más rápido nos recuperamos.

No es que estemos viejos para soltar e intentarlo de nuevo, es que tenemos miedo de aceptar que nos equivocamos.  Estamos cagados de miedo.


Jorge Jiménez

miércoles, 1 de abril de 2020

Conocernos

Es mi primer fin del mundo y no sé cómo actuar. Trato de mantenerme activo durante el día para evitar la ansiedad. Despierto, tomo café, medito, hago ejercicio, leo, escribo, pago facturas por internet, veo Netflix, chateo con los amigos y hablo con la familia. Es todo. A eso dedico estos días de encierro. Por encima siento que soy la persona más productiva de la cuarentena pero si observamos de cerca y esto en realidad se trata de un apocalipsis, no hay nada extraordinario en lo que hago. Solo actúo como un millennial más en un puente festivo de reyes.

Hay días en los que amanezco triste. Triste de verdad.  Despierto con la sensación de que todo va a salir mal y pienso en hacer algunas llamadas a los familiares que están lejos o escribir un par de correos electrónicos a ex novias y personas con las que hace rato quedamos muy mal. Sería bonito: saludar, pedir perdón y despedirse con el alma tranquila después de embarrarla con tanta gente.  Pero la verdad es que me da pereza quedar como pesimista y también como dramático y más en una pandemia en la que muchos andan bailando reguetón, tomando trago, desnudándose frente al espejo y retándose.  No los juzgo, son formas de evadir la realidad y a veces caigo en lo mismo cuando me aburro del sexting.

Para ser un fin del mundo veo que lo estamos agarrando muy relajados. No solo por lo de subir tantas estupideces a redes sociales sino porque también confundimos la productividad y la creatividad con estar ocupados. Una cosa es leer, hacer ejercicio, enviar las tareas de la universidad y cumplir con el teletrabajo y otra muy distinta hacer algo que realmente valga la pena antes de morir. No sé, si el médico dijera que me quedan 15 días de vida no los gastaría haciendo un challenge. Sí, es jodido porque no podemos salir a viajar y recorrer el mundo ni tampoco coger con quienes amamos, pero hay cosas extraordinarias por hacer mientras estamos encerrados, como conocernos a nosotros mismos.

Todos deberíamos hacerlo: cuestionarnos y conocernos. Preguntarnos si realmente le cumplimos a nuestro niño interior, si amamos el trabajo al que volveremos cuando esto termine o si en serio deseamos y estamos enamorados de nuestra pareja. Es tiempo de ver hacia adentro. De analizar un poco si este es el lugar al que le apuntábamos cuando éramos jóvenes y soñábamos con tragarnos el mundo. Esto se está yendo muy rápido y vale la pena conocernos lo más pronto posible. La vida es una canción muy buena a la cual no le estamos prestando atención porque pensamos que en cualquier momento podemos repetirla y eso nunca sucederá.

Si logramos conocernos estoy seguro de que sanaríamos muchas cosas y entenderíamos muchas otras. Ocuparse está bien, pero si vamos a morir sería mejor tratar de comprender un poco más de qué se trató todo esto y qué fue lo hicimos con nosotros todos estos años.




Jorge Jiménez